Hace un año la pandemia del COVID-19 comenzó su propagación por el mundo humano.

Recordamos las primeras noticias que tuvimos de la epidemia en China, anunciadas en diciembre del 2019. Un mes y medio después sabíamos por la prensa y la televisión que los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y Reino Unido pedían con urgencia a sus connacionales que abandonaran al gigante asiático. También se veía y escuchaba sobre las estrictas medidas tomadas en la región de Asia.

En Latinoamérica como Hispanoamérica podemos decir que se observaban esas noticias de los países anglosajones como una medida alarmista. Hace un año la mayoría de los seres humanos desconocía y hasta se burlaba de las consecuencias que un ser microscópico pudiera provocar en la sociedad mundial.

La población del globo actuó, naturalmente, de forma heterogénea. Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) explicó y propuso algunas medidas de protección, diferentes formas de pensar, diversas culturas e historias, influyeron para que la respuesta de las sociedades no haya sido homogénea.

Desde los medios de comunicación occidentales la situación generó muchas disputas sobre la economía en situación de pandemia. Una de las adaptaciones laborales más sorprendentes fue el paso de una parte de la economía de servicios, de los sistemas educativos y de la salud, al teletrabajo. El trabajo a distancia, desde casa, lejos de las oficinas y de los consumidores finales de los productos, se multiplicó.

Entre otras consecuencias llamativas resaltamos los cambios ambientales debido a la reducción de la producción industrial. Todavía están a la vista los resultados que provienen de una disminución de la economía planetaria. En los momentos de mayor confinamiento, miles de ciudadanos despertaron en ciudades con el trinar de más pájaros, cielos más despejados, lluvias inesperadas. En algunas poblaciones se llegaron a ver grandes animales. En Santiago de Chile fue noticia la persecución de pumas que bajaban de su ambiente natural en la cordillera a la capital sureña, debido al silencio y tranquilidad del confinamiento.

Aunque la letalidad del virus es mínima comparada con otras enfermedades como el cáncer o flagelos políticos como las guerras, los daños físicos que genera en muchos casos el COVID-19 llevaron al colapso muchas redes asistenciales de salud. En muchas familias la preocupación por la muerte fue seguida por el miedo a la pobreza, porque las secuelas de la enfermedad pueden obligar al paciente a convalecer varios meses antes de volver a su condición normal, apta para el trabajo. De seguro, en el presente todos sabemos más de higiene, cuidados del cuerpo y de redes sanitarias.

Son muchísimas las acciones y reacciones generadas a partir de la pandemia de la COVID-19.

Este año 2021 amaneció con la esperanza de que la vacunación de buena parte de la población mundial podría superar los retos de una enfermedad que ha contagiado a más de 110 millones y, lamentablemente, ha generado el fallecimiento de más de 2 millones y medio de habitantes.